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Algunos no tenemos remedio. Ir del punto A al punto B siempre parece implicar una excursión a un Garden Center, o al jardín de un amigo generoso. Conseguir que esos esquejes o plantas en maceta lleguen a casa con vida es todo un desafío.
Por eso ahora conduzco una furgoneta plateada y espaciosa. Puedo viajar sin temor al efecto del aire acondicionado, ni preocuparme por si caben las dalias.
Vendí mi turismo porque un maletero es el peor lugar para meter seres vivos: en verano el sol los hornea; en invierno, la calefacción no llega.
La única diferencia entre viajar con una planta o ir de vacaciones con un caniche, es que las plantas no ladran. En cualquier caso, es imperativo dejar las ventanas abiertas mientras uno sale a dar una vuelta. Y recordar que la sombra cambia rápidamente. Así que aparca en garaje si puedes. Cuando llegues a un hotel de noche, ten en cuenta que el sol puede estar cayendo a plomo sobre tu vehículo cerrado, mucho antes de que hayas desayunado y estés listo para salir.
Antes de un viaje suelo meter en el coche algunos compañeros botánicos; cortina de ducha, toallas de papel, tubos de florista… Cuando preparo un traslado serio, también llevo un buen montón de macetas de plástico vacías.
En una excursión de verano, es aconsejable mantener el coche fresco. En invierno, tibio.
Al viajar en avión, llevo una maleta vacía, por si tengo suerte y cae algo. Las normas no impiden llevar plantas a bordo, ya sea como equipaje facturado o de mano. Las plantas deben pasar el control de seguridad, por lo que hay que estar preparados para sacarlas sin dañarlas.
El transporte público puede ser arriesgado, aunque he logrado llevar a mano unas orquídeas, viajando en tren. Junté los tallos y amortigüé las plantas con papel de embalar. Solo perdí un capullo o dos.
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